POR GILBERTO Avilez Tax
El día de hoy, 8 de febrero de 2016, se cumplen dos años de la muerte del maestro rural, normalista y universitario; dos años sin el cronista del pensamiento yucateco de la segunda mitad del siglo XX, intelectual marxista, reseñista de libros, comentador, maestro de antropólogos e historiadores, articulista que publicó en Historia Mexicana, Revista de la Universidad Autónoma de Yucatán, Diario del Sureste y el Unicornio histórico;[1] autor de otras 20 obras que dio a la estampa, e historiador yucateco originario de Muna, a la cual monografió como a Hopelchén; me refiero a don Fidelio Quintal Martín (1926-2014), “guerracastólogo” y estudioso de la educación en Yucatán.[2]
Con la distancia de 40 años en que saliera a la luz un texto suyo sobre la Guerra de Castas visto desde un trasnochado prisma marxista,[3] considero obliteradas varias tesis sobre la “interpretación campesina” de la Guerra de Castas estructuradas por Fidelio Quintal Martín, aunque su pequeña biografía de Carrillo Puerto fue una estocada certera al conservadurismo facha de la historiografía meridana. No conozco su trabajo sobre la educación, no puedo decir nada de eso, y tampoco puedo decir cómo daba clases en la antigua Facultad de Antropología de la UADY, empotrada entre dos míticas cantinas levistraussianas –Cachorros y Leoncitos[4]– porque nunca me dio clases y nunca lo conocí. He leído su pequeña monografía sobre su pueblo natal, Muna, y algunos textos de él sobre los historiadores de Yucatán. Considero que el gran aporte que lo salvará de las aguas del olvido historiográfico es su Correspondencia de la Guerra de Castas, y eso dice bastante porque la Guerra de Castas es un tema que dudo que se acabe, aunque los historiadores culturales, postmodernos y colonizados, digan lo contrario.[5] Tenía 87 años cuando le llegó el final, y como todos, murió demasiado pronto.
La obra escrita de don Fidelio Quintal se puede conjuntar en los tópicos de la historia indígena de Yucatán (Guerra de Castas[6] hasta textos en torno al tema Revolución mexicana[7]) y la historia de la educación, así como unos trabajos suyos sobre gramática maya, y textos autobiográficos sobre Felipe Carrillo Puerto y José María Pino Suárez. Además, hizo las monografías de Ticul, y las otras dos citadas con antelación. Fue antólogo y reseñista depurado de libros de historia, ciencia política y todo lo que tenga que ver con el área de humanidades.[8] Su obra magisterial es inabordable: dio clases en primarias rurales, urbanas, secundarias, preparatorias y, en sus 15 años finales como maestro, en la Facultad de Ciencias Antropológicas y de Educación de la UADY. Egresado de dos escuelas paradigmáticas rurales, la de Uayalcéh y Hecelchakán en los años 1940, la vida de este intelectual de Muna se puede resumir en su espíritu de autodidacta y la plena convicción que tenía de que su trabajo estaba signado por el lugar de donde venía pero que lo trascendió con estudio y constancia: su vida intelectual fue la de “un campesino que se abrió a su mundo participando modestamente, observando atentamente y tratando de comprender profundamente”.[9] Formado en las escuelas rurales, conceptuaba a los maestros ruralistas de ser los que han mantenido “los ideales de la revolución en el campo, organizaron a los campesinos a la solución de los problemas que pulsaban, desarrollaron una intensa actividad cultural, cívica y deportiva”.[10] En Hecelchakán conoció los textos principales de historia de México, de Yucatán y Campeche. Años después de su formación de maestro rural, estudió en otros institutos y estuvo yendo durante seis años, a cursos intensivos en la Escuela Normal Superior de la Ciudad de México, donde se formó como maestro de historia a nivel superior. En todos sus años de trasegar en el estudio y la enseñanza, don Fidelio se sentía, antes que nada, un autodidacta, consideraba el autodidactismo, no como algo complementario sino básico en su formación profesional.
Consideraba que todo hombre culto –y don Fidelio lo era de sobra- “es capaz de leer casi cualquier libro de cualquier tema que sea”. Se recuerda todavía su polémica con el bastante desagradable y vomitivo marxista Antonio Betancourt Pérez, suscitado por un pésimo libro de un pésimo divagador literario de la Guerra de Castas, Jorge González Durán.[11] No era necesario que don Fidelio se rebajara a defenderse de los meados verbales del estalinista Betancourt. En su autobiografía, don Fidelio nos dejó una descripción clara sobre lo que entendía por el oficio de historial. No necesito decir que es una definición marxista de la historia, pero sí que es un ejemplo para aquellos cacasenos académicos con la enfermedad de la hibris:
[…] la historia, no es solamente la descripción o interpretación del pasado, sino que es algo más que puede servir para conocer el por qué y el para qué del presente, que puede servir para el afianzamiento y construcción o inventariar una identidad que pueden escribirla los vencedores y en muy pocos casos los vencidos, que al historiador, la historia le permite conocer el trasfondo de una sociedad con sus ideales y sus intereses, que no hay una historia sino lo que ha son historias de acuerdo con los intereses socioeconómicos que juegan un papel determinado…lo que mejor debe hacer un historiador es alejarse de la vanidad académica y adquirir el sentido que solamente era un trabajador en un aspecto del conocimiento social.[12]
Como no tengo una fuente de primera mano que me haya contado una anécdota de la vida de este historiador y maestro de Muna, traigo, para conmemorar el aniversario número dos de su fallecimiento, una hipótesis sobre un supuesto silenciamiento que los herederos del Box Patismo, realizaron contra este hombre que llegó a tocar[13] la matanza de Opichén de 1933. Después de que Fidelio Quintal Martín escribiera en el Unicornio su texto sobre la matanza de Opichén[14] para recordar los 60 años de esa especie de genocidio que hiciera palpable la degradación, en tiempos del Box Pato Bartolomé García Correa, representante del Callismo en Yucatán,[15] del partido de masas refundado por don Felipe Carrillo Puerto; don Fidelio no volvería a aparecer en el índice de autores del Unicornio que colaboraron los años 1994, 1995 y 1996.[16]
El 15 de abril de 1933, tropas del ejército mexicano, 50 soldados aproximadamente, entraron entre las 5 y seis de la mañana a Opichén con el propósito aparente de desarmar a las Defensas Revolucionarias del pueblo y de las villas de Maxcanú y Muna, controladas por los hermanos Braulio y Juan Euán. Los federales entraron echando bala. Los campesinos, que los esperaban sabiendo la orden que se había dado para desarmarlos, y que venía desde arriba, de un Callismo y Boxpatismo que buscaba la centralización del poder;[17] armados con sus viejas rémington y sus 30-30, respondieron a la provocación, y la consecuencia del tiroteo, que duró dos horas y media, fue la muerte de 38 hombres del pueblo y algunos de la villa de Maxcanú y Muna: el fuego cruzado, o para ser más exactos, las balas federales fácil entraban a las casas de embarro y paja del pueblo, segando vidas en su trayecto.
El mulato García Correa, instigador del movimiento asesino de la tropa, culpó a “los enemigos del Partido Socialista del Sureste” de azuzar a los campesinos para levantarse en armas. Días después, la militarización de esa zona de Yucatán dio como consecuencia las torturas a la gente del pueblo –mayas en su mayoría– para esclarecer la verdad de unos hechos que sólo podían esclarecerse si preguntaban al Box Pato del palacio. En su pequeño ensayo, don Fidelio tuvo la impertinencia de citar un texto de un bolchevique mexicano de esos tiempos, Rafael Ramos Pedrueza, para decantar su trabajo hacia un proceso acusatorio contra el boxpatismo y el régimen callista, a 60 años de la matanza que muy poco ha sido contada porque el Boxpatismo muy pocos, salvo Ben Fallaw y otros, lo han tocado.[18] Pedrueza sostenía, que:
En el Estado de Yucatán (cuyos trabajadores han demostrado extraordinarias virtudes revolucionarias, constituyendo la vanguardia emancipadora desde los últimos tiempos del coloniaje en las luchas clasistas, y raciales posteriormente, contra la dictadura porfirista y la usurpación de Victoriano Huerta) se perpetró uno de los crímenes más repugnantes de nuestra historia contemporánea. Fue en Opichén. Las fuerzas federales a las órdenes del Jefe de Operaciones, general Méndez, en combinación con las policiacas, dependientes del Gobierno del Estado a cuyo frente estaba el profesor Bartolomé García Correa, extremando prevenciones superiores –como sucede siempre dentro del inmoral sistema capitalista cuando de halagar a los amos se presentan las oportunidades- organizaron una premeditada matanza de campesinos a quienes –siguiendo el frecuente sistema de elaborar artificialmente conspiraciones- se hicieron aparecer rebeldes a las autoridades constituidas. Numerosos trabajadores rurales fueron asesinados y otros muchos heridos, quedando un saldo de viudas y huérfanos en el desamparo y la miseria, en tanto que la sangre campesina fecundaba una vez más las tierras yucatecas y servía en su inmolación a proyectos políticos relacionados con elecciones locales vinculadas a su vez, como acaece siempre, a intereses económicos tales como posesiones de tierras, aprovechamiento de cosechas, alza o baja de cereales, fibras henequeneras y en general producciones agrícolas…El autor de esta obra cambió impresiones y recogió comentarios autorizados y dignos de crédito por venir de grupos campesinos y cultos yucatecos, interiorizados en los asesinatos de Opichén, quienes afirmaron que resultaron muchos muertos y heridos trabajadores rurales mayas, y poquísimos soldados federales, por lo que en su concepto no fue un combate entre ambos bandos, sino un homicidio colectivo, organizado por autoridades locales y federales”.[19]
Don Fidelio, que fue prolífico siempre en sus reseñas de libros ese año de 1993, y en el que colaboró con cinco ensayos,[20] no volvió a escribir en el Unicornio en 1994, 1995 y 1996. Esto es extrañísimo, conociendo la obsesión por la lectura y el comentario que tenía don Fidelio (véase su Autobiografía de un maestro rural). El texto de Quintal Martín sobre Opichén apareció en agosto de 1993, en el número 126 del Unicornio. La “bibliofilia” de don Fidelio, en la que reseñaba libros, todavía apareció hasta el número 136 del Unicornio. Después de ese año, al parecer los censores oficiales, los herederos del Boxpatismo priista, los historiadores de broncíneos cascos casquivanos, o un horrorizado Renato Menéndez Rodríguez, reaccionaron y simplemente, arguyo, se dio el pitazo para silenciar en las prensas de ese diario, por un momento a este marxista nativo de Muna, cuyo recuerdo de la matanza de Opichén no se dio revisando los periódicos o por pláticas de sus mayores. Resulta que diez de los 38 muertos de la matanza, así como 8 heridos, eran de Muna. Tanto a los muertos como a los heridos, los trajeron de regreso al pueblo en una carreta desvencijada: a unos para curarlos, y a otros para darles cristiana sepultura en el solitario cementerio de Muna. Era una caravana fúnebre, con olor a pólvora y a sangre derramada, una vez más, de los excluidos y parias de esta tierra. Sin previo aviso, la carreta se detuvo en la puerta de la familia Quintal Martín. Fue ahí donde Fidelio, el niño, vería tan desagradable escena que años después trataría de exorcizar mediante la escritura.[21]
En el 2013 quise entrevistarlo para, entre otras cosas que tenían que ver con la Guerra de Castas, preguntarle por ese silencio suyo en el Unicornio después del último ensayo que escribiera sobre la matanza de Opichén. La carga de trabajo en los archivos meridanos y en la escritura de una tesis maldita, me impidió hacerle esa pregunta. En su Autobiografía, Fidelio, como su nombre al parecer lo indica, un hombre del sistema al fin y al cabo, guardó un silencio fiel. Volvió a escribir, desde luego, en el Por Esto; y años después salieron dos libros más de él en su larga y fructífera vida de autodidacta; y en el 2013, a Fidelio se les concedió el premio de Maestro Distinguido, irónicamente, en el año en que se conmemoraba el 80 aniversario de la matanza de Opichén. ¿Le dieron ese premio como consuelo a su silencio?
Pero mi duda y mi pregunta que le quise hacer a don Fidelio, permanece: ¿Significa Opichén un hoyo negro en la historiografía yucateca?, ¿por qué se persiste en el silenciamiento?[22] De ahí mi interés por el Callismo en Yucatán, tocado malamente por una historiografía deficiente.[23]
En memoria de ese hombre, de ese maestro rural, de ese autodidacta de Muna, existe un interés de mi parte en hincarle el diente a la matanza de Opichén, 1933, como objetivo primero, pero igual es mi interés trabajar sobre la figura del Box Pato en Yucatán. Lo dicho hasta ahora sobre Opichén, ennegrece más al Callismo en su versión boxpatista en Yucatán. Pero lo que no se dice, hasta ahora, es que selectos miembros de la clase intelectual yucateca estuvieron en connivencia perruna con el Box Pato después de la matanza. Ellos de algún modo ayudaron a olvidar lo sucedido, nadie escribió nada, nadie dejó constancia de lo sucedido, salvo don Fidelio, el autodidacta.
[1] El Unicornio, Suplemento cultural del Por Esto!, tuvo un auge intelectual anterior a la muerte de su fundador, Hernán Menéndez Rodríguez, acaecido para enero de 2002. Durante esos años de más de una década, desde la fundación del Por Esto! hasta 2002, el Unicornio histórico (así lo he definido en un artículo donde analizo el proceso de “profesionalización” de la historiografía del patio) conjuntó a lo mejor de los historiadores y antropólogos yucatecos y yucatecólogos, para hablar de las cosas de Yucatán, popularizando y dando a conocer al gran público, pasajes de la historia prehispánica, colonial, independiente y reciente de la península. Actualmente, por las filas del Unicornio, que no es ni la sombra de lo que fue algún día, desfila mala prosa cubana y filisteísmo y deturpación intelectual yucateca.
[2] “Fidelio Quintal Martín”, Diario de Yucatán, 9 de febrero de 2014.
[3] Cfr. Fidelio Quintal Martín, Yucatán, carácter de la guerra campesina de 1847. Una síntesis interpretativa, Mérida, Yucatán, México, Universidad de Yucatán, 1976.
[4] Cfr. Mi texto “Leoncitos o Cachorros: recintos de la antropología cantinera en Yucatán”, en Desde la Península y las inmediaciones de mi hamaca, 8 de febrero de 2016.
[5] Para un grupo postmoderno y sibarita, autodenominado la “vanguardia historiográfica” en Yucatán, la Guerra de Castas significa actualmente un contrasentido siquiera repensarla nuevamente, ya que, para ellos, la historia de los indios de Yucatán es asunto del pasado, de una tradición historiográfica vista en años luz, mordida por un marxismo trasnochado, y desangrada por el compromiso social con el tiempo presente. Cfr. Genny Negroe y Pedro Miranda coordinadores, Nuestra historia con minúsculas, Mérida, Biblioteca Básica de Yucatán, 2010, pp. 10-11.
[6] Además de sus interpretaciones sobre la Guerra de Castas y los documentos indígenas de los jefes mayas, existe un texto de don Fidelio llamado Biografías campesinas del siglo XIX, donde hace bosquejos biográficos de la vida y acciones de Manuel Antonio Ay, Cecilio Chi, Jacinto Pat y Bonifacio Novelo. Tradujo el libro del desaparecido maestro rural Genaro Pool Jiménez, Historia oral de la Guerra de Castas de 1847 según los viejos descendientes mayas (traducción al español coordinado por Fidelio Quintal Martín), México, Universidad Autónoma de Yucatán.
[7] En un momento, Fidelio hasta hizo una sociología rural de la pobreza en una hacienda henequenera en Yucatán.
[8] Véase “Índice del No. 93 al No. 144. Suplemento Cultural Unicornio”, Por Esto!, 26 de diciembre de 1993.
[9] Fidelio Quintal Martín, Autobiografía de un maestro rural, Mérida, Yucatán, Academia Mexicana de la Educación, delegación Yucatán, 2002.
[10] Autobiografía de un maestro rural…p. 68.
[11] Cfr. Jorge González Durán, Los rebeldes de Chan Santa Cruz, Mérida, H. Ayuntamiento de Felipe Carrillo Puerto, 1978; Antonio Betancourt Pérez, Rebeldes de Chan Santa Cruz : una polémica Betancourt Pérez vs Fidelio Quintal / [comp.] Jorge González Durán, Mérida, Carta Peninsular, 1980.
[12] Autobiografía de un maestro rural…p. 77.
[13] Antes que don Fidelio, salvo una tesis de licenciatura, pocos habían tocado un periodo negro en la historia de la postrevolución en Yucatán, la matanza de Opichén de 1933.
[14] Cfr. Fidelio Quintal Martín, “Opichén, 1933”. Unicornio, suplemento cultural del Por Esto!, 4 de julio de 1933, pp. 3-11.
[15] Sobre el Box Pato, véase igual el artículo de Fidelio Quintal Martín, “La carrera política de Bartolomé García Correa. El Box Pato”. Unicornio, suplemento cultural del Por Esto!, 7 de marzo de 1993, pp. 3-6.
[16] Cotéjese Índice del No. 145 al No. 195, Suplemento Cultural Unicornio”, Por Esto!, 25 de diciembre de 1994, “Índice Unicornio del No. 196 al No. 248, 1995, Suplemento Cultural Unicornio”, Por Esto!, 31 de diciembre de 1995, “Índice del No. 249 al No. 300, 1996, Suplemento Cultural Unicornio”, Por Esto!, 29 de diciembre de 1996, pp. 20-22.
[17] Si en los primeros años del proceso revolucionario en Yucatán, como dijera Gilbert Joseph, el Estado postrevolucionario que se formaba gobernó de la mano de los hombres fuertes de los pueblos y de las regiones, a fines de 1920 y casi toda la década de 1930, la consolidación del Callismo, y luego el Cardenismo, tendió cada vez más a la centralización, y las viejas prácticas –el gobierno con hombres fuertes del pueblo- entró a un proceso de centralización y, desde luego, de institucionalazición. Box Pato no tenía tratos amistosos con los Euán de Opichén, hombres que venían desde tiempos de Carrillo Puerto.
[18] Ben Fallaw, Cárdenas Compromised. The failure of the Reform in Postrevolutionary Yucatán, Durham and London, Duke University Press, 2001.
[19] Rafael Ramos Pedrueza, La lucha de clases a través de la historia de México, Talleres Gráficos de la Nación, México, 1941, pp. 354-356, citado por Fidelio Quintal, Óp.cit.
[20] Véase “Índice del No. 93 al No. 144. Suplemento Cultural Unicornio”, Por Esto!, 26 de diciembre de 1993.
[21] Autobiografía de un maestro rural…
[22] Existe una tesis del lejano año de 1988 de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la UADY, escrita por Eduardo José Joaquín Ruz Hernández, y denominada “Matanza de campesinos en Opichén : un ensayo para la interpretación de la historia contemporánea de la sociedad yucateca”.
[23] Me refiero a la tesis de maestría de Fernando Pacheco Bailón, Transición política en Yucatán, 1929-1934, Mérida, CIESAS.