Hace unos días, una asociación civil comenzó a circular una invitación para la entrega del bastón de mando para la Gubernatura Indígena Yucatán 2019 a la C. Ignacia Margarita Torres Sansores.
Más allá de las credenciales poco honrosas que tiene dicha señora (se indican en diversas fuentes presuntos fraudes a familias del sur del estado), lo que me preocupa es la forma en que de unos años a la fecha ha comenzado a aparecer en el estado la figura del “gobernador indígena” o del “representante del pueblo maya”, vinculada a fines muy concretos y, generalmente, ligados a los intereses del gobierno. Es decir, el papel del representante indígena ha sido, casi siempre, el de aval de los proyectos gubernamentales, de cuyos beneficios han estado alejados, precisamente, los mayas.
Por poner un ejemplo, hace unas semanas, en el contexto de las discusiones del proyecto del gobierno federal del “tren maya”, el Sr. Filiberto Ku Chan, autonombrado “líder supremo indígena”, hacía declaraciones (e incluso organizó una reunión en la que participó el director de Fonatur) de que los mayas estaban a favor de dicho proyecto, pues no estaban “peleados con la modernidad”.
En efecto, un maya es una persona que vive en el mundo contemporáneo y los avances tecnológicos no están en contra de las costumbres y tradiciones sino que pueden ser soporte de éstas, si se busca la forma de emplearlos adecuadamente. En otras palabras, ser maya no quiere implicar que se viva en el atraso ni en el primitivismo, como casi siempre se concibe desde la mirada occidental.
El pleito, entonces, no debe ser con la tecnología sino con aquellas formas que atentan o están contra la tradición de los pueblos originarios, como el de ser “gobernador” o “representante”.
Freddy Poot Sosa, un reconocido intelectual maya, recordaba hace poco tiempo que no se han dado mecanismos para la elección por parte de los mayas, de alguna persona que les represente. Por tanto, aquellos que así se autonombran carecen de legitimidad.
Lo preocupante del asunto es que, en las últimas fechas, en plena 4T, cuando las consultas a los pueblos originarios se vulneran, y el folclorismo aparece en escena, son más los individuos que se autoproclaman líderes, gobernadores, representantes o cualquier otra figura semejante, únicamente con el fin de obtener protagonismo y alguna ganancia política de poca monta. Su papel es claro: avalar acciones de gobierno, incluso cuando éstas vayan contra los miembros de los pueblos originarios a los que dicen representar.
Por tanto, más que discutir sobre la legitimidad o sobre quién ha nombrado a los llamados “representantes indígenas”, es necesario unir las voces para decir tajantemente que todos aquellos que dicen serlo no sólo carecen del respaldo del pueblo maya, sino que han sido investidos con esos trajes ridículos que el poder político en turno les ha permitido utilizar, para ser usados como títeres, portavoces y sirvientes de sus intereses.
Por Jesús Lizama Quijano
Doctor en Antropología Social