Por Bernardo Caamal Itzá, comunicador maya
“Muchacho, ¿me das un espacio para sentarme?, me preguntó un anciano de unos 90 años, y mientras me acomodaba, pensé en mí, yo de 49, y con un fuerte dolor que me impedía pararme o sentarme con comodidad. Me agradeció con la mirada.
“Cómo me ves, no he estado muy bien que digamos; he tenido muchas fallas con este corazón, pero Dios no me quiere llevar; mi mujer me cuidaba tanto, al igual que mis hijos y nietos, y hace unos meses enterré a mi compañera ¿Por qué ella y por qué no a mí?
“Estuve más de 2 meses en el hospital ¡Mira cómo estoy! Todo jodido, por todos lados me duele. No quiero vivir más, ya viví lo suficiente, aunque por ratos pienso que aún tengo una misión con mis nietos y tataranietos.
“¡Muchacho, yo trabajé más de 40 años como chofer de grandes vehículos! Conocí grandes ciudades, y en mis ratos libres lo pasé con mis tres niñas y dos niños, aunque dos de ellos ya fallecieron. Es doloroso verlos partir, mientras que yo sigo penando ¿Por qué?
“Nunca gasté mi dinero en parrandas, lo invertí en mi familia, y ahora con el dinero que obtengo de mi jubilación, pues tengo mi dinerito, aunque mis hijos y nietos me dicen: “papá, guarda ese dinero no tienes por qué darnos dinero. Nosotros tenemos un poco, aquí tienes techo y comida”, y entre que me decía, gruesas lágrimas corrían por sus mejillas.
“Nunca fallé los cumpleaños de mis hijos, y ahora cuando veo a mis tataranietos, convivo con ellos y hasta a escondidas les compro sus juguetes. Ellos tienen que ser felices, tal como fui. Mis padres no tenían mucho, pero aseguraron que tenga lo mejor de ellos.
“La madre de mis hijos fue una gran mujer, supo vivir conmigo. Ahora cuánto lo extraño. Quiero irme con ella, estar aquí sin ella es vivir el martirio, en realidad quiero verla de nuevo.
“Aunque la suerte me premió, tengo una excelente familia, y tengo muchos lugares para estar, pero quiero estar con mi mujer… y estos meses de ausencia me han sido largos, y solo me consuela estar con mis hijos y nietos.
“Qué más puedo pedir la vida, mis hijas e hijos me tratan de lo mejor, y lo mismo mis nietos, pero mi cuerpo cada vez no responde, todo me duele y hasta digo, esto ya es martirio…
¡Gracias por escucharme hijo!, me dijo, me palmeó la espalda luego sacó su pañuelo y se secó sus lágrimas. Yo le dije no te preocupes, fue una oportunidad escucharte mientras apretaba sus manos. En verdad, en ese tiempo que lo escuchaba hasta mi dolor desapareció momentáneamente. Se levantó y se fue… Mérida, 18 de noviembre de 2017.
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* Experiencias que viví al mediodía de hoy en la ciudad de Mérida, e los pasillos de un hospital, y un privilegio compartirles lo que la vida nos enseña.