Elegía por los normalistas de Ayotzinapa

José Díaz Cervera

Poeta y escritor, coordina el área de Creación Literaria del Centro de Bellas Artes (CEBA), en Mérida, Yucatán.

El cielo es una calabaza que esparce sus semillas sobre la faz del mundo.

De esas semillas nació la carne de los pájaros multicolores.

—Carne de calabazas, tierra de calabazas, río de calabazas. —Así decían en su canto los pájaros, desplegando sus plumajes amarillos, verdes y azules; así lo cantaba el cenzontle con sus trescientas voces multiplicadas trescientas veces en la bóveda del cielo, carne de calabaza con estrellas.

Nada decían las flores porque no necesitaban decir nada: les bastaba el espejo de sus pétalos y la música magra del silencio; nada decían las hojas de los árboles, pero a través de ellos se expresaba el viento; nada decían los hombres, arrobados frente al sueño.

Un día el mundo amaneció lleno de humo; era un otoño de cielo enrojecido, era un otoño mudo de flores mudas y árboles sin hojas. Era un mundo sin pájaros, sin niños, sin mujeres: todo se había vuelto un remolino de piedras y de lágrimas.

Ningún dios entendía lo que pasaba. La noche era un látigo sobre la tierra en desafuero; hasta las sombras se cuartearon inexplicablemente.

Algunos días después, aparecieron los pájaros desollados y sin rostro.

Todas las ventanas de las casas se cerraron; las puertas comenzaron a morir y las paredes lloraron la desolación de una tierra sin frutas.

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