POR JAZMIN NOVELO MONTEJO, comunicadora y sociolingüista maya
Hablamos muchas veces en automático, sin pensar; esa fue la situación que me hizo mencionar según yo, de manera bromista, a una pequeña bebé como una posible feminista; cuando me respondieron con enojo y miedo “¡no!, que ella decida cuando sea grande si quiere ser feminista!”, pensé en lo imbricado que está el machismo que nos hace temer a nosotras mismas de nuestro poder; pensé en lo estructurado que está el pensamiento patriarcal que nos miente sobre nosotras mismas y nos cuenta mentiras sobre aquellos posibles caminos para procurarnos un camino mejor no solo para mujeres sino también para los hombres.
Confieso que quedé desconcertada ante una reacción tan aversiva hacia la palabra “feminismo”, asusta más que decir “machismo”. Podemos escuchar decir “mi hermana es machista, mi mamá es machista, mi esposo es machista”, e incluso comprenderlos, pensar “pobres, pues es que así los educaron”, sin embargo es necesario persignarnos, santiguarnos, confesarnos, ir a misa o al culto evangélico si alguno osa mencionar la palabra “feminista” porque dios nos libre de intentar tambalear este sistema que tan bien nos ha funcionado ¡no empieces con tu relajo!.
Después del desconcierto vino la etapa de reflexión, de preguntas y dudas respecto a lo que hemos hecho bien y mal como mujeres que hemos desaprendido (y continuamos desaprendiendo, no me miren mal si aún acepto un asiento en el camión).
Para no cambiar la tradición de echarnos la culpa de todo pensé en la responsabilidad que tenemos en este malentendido, en la difusión de mitos y estereotipos sobre el feminismo; pensamos que todos entienden la historia, las diferencias internas y diversidad de ideologías existentes alrededor del término, que no es sólo una palabra como árbol, perro, micifuz. Quizá como hermanas de lucha podamos entender que existen círculos en los que vale la pena obviarlo, pero al reconocerme como un ser de múltiples identidades y perteneciente a diversos contextos me veo en un panorama en el que, tal cual se hace con las “buenas nuevas” se requiere un rapport casi casi religioso para no colgar una piedra al cuello de alguien que desconoce a qué me refiero con “feminismo” antes que huyan de mí como si yo fuera un Testigo de Jehová.
Mi anécdota termina con amor porque al final el desconcierto y la sensación de invalidación que me comí terminó con una buena digestión de reflexiones y de energías de pensamientos positivos hacia quienes me rodean y hacia mí misma, hacia ustedes mujeres que se atreven a cambiarme, a cambiar y a apoyarnos en el cambio de nuestro paisaje más cercano, brujas redentoras, a veces crucificadas, a veces bien recibidas.
De la misma forma que inicio todo termino también con amor. Porque es en este camino que he aprendido a amarme y a exigir que quien quiera amarme lo haga como me merezco (o más bien, a dar libertad a quien quiera acercarse a mí, de continuar o alejarse como mejor le convenga) que puedo amar a quienes están en líneas diferentes de transformación, reconociendo que yo misma soy desaprendiente de la vida y que muchas personas han tenido paciencia conmigo y mis esquemas aún enraizados en mi diario pensar, hablar y actuar.
Tuláakal ba’atelil k-tia’al wa ku beeta’al tu yo’olal u yutsil kuxtal.
Todas las luchas son nuestras si de la dignidad se trata.– Mérida, Yucatán, 17 de agosto de 2016.