Por Jesús Lizama Quijano
Doctor en Antropología Social
Desde hace varios años, la Unesco decretó el 21 de febrero como el Día Mundial de las Lenguas Maternas, es decir, de aquellas que son aprehendidas sin intervención de metodologías lingüísticas, sino en el seno familiar, en la casa, en el hogar, en la comunidad de manera natural como aprender a llamar las cosas por sus nombres.
El objetivo de esta declaratoria, por parte de ese organismo, estribaba en el hecho de que las así llamadas “lenguas maternas” o minoritarias, se encontraban en una situación de vulnerabilidad frente a otras consideradas como hegemónicas y, por tanto, en el contexto de los grandes cambios globales, las primeras, más que fortalecerse, se extinguían de manera acelerada.
Si bien me parece oportuna la declaratoria, por sí misma no resuelve el problema que señala. Es decir, la celebración del Día Mundial de las Lenguas Maternas puede caer en la expresión de situaciones que más que promover la valorización de éstas, terminen folclorizándolas. Más que una fiesta de las lenguas y para las lenguas, pudiera en muchos casos, si no se cuida adecuadamente la celebración, una manifestación de los prejuicios que atentan contra las mismas.
EL ÚLTIMO REFUGIO DEL IDIOMA
Es notorio que en Yucatán, los censos estatales muestren recurrentemente una disminución del número de hablantes de la lengua maya. A pesar de que en esta década el porcentaje de hablantes de maya respecto a la población total del estado llegó a poco más del 30%, si nos ponemos a observar el comportamiento de la lengua, observaremos lugares en donde ésta se mantiene vigente en todos los grupos de edad (en Tahdziú, por ejemplo), mientras que en otros prácticamente ha desaparecido (casos de los municipios costeros). Lo que la experiencia indica, es que en aquellos lugares donde la maya se mantiene vigente su reproducción se da de manera cotidiana, pues en todos los espacios será posible emplearla. Lo que no sucede en aquellos espacios en donde la lengua es hablada por pocas personas, y en consecuencia se refugiará en la intimidad del hogar y, en muchos casos, terminará siendo olvidada.
MÉRIDA Y LOS MAYAHABLANTES
En Yucatán llama la atención que el municipio con mayor número de hablantes de lengua maya sea Mérida, con cerca de 100 mil hablantes. No obstante, en términos porcentuales esto significa que solamente el 10% de la población urbana la habla, lo que coloca a la lengua en una situación de vulnerabilidad, pues su reproducción se deja, como en los casos antes señalados, en la intimidad del hogar.
Es más, en Mérida podríamos decir que la lengua no sólo no se habla sino que es estigmatizada. Por ejemplo, en años anteriores, hablando con facilitadores del programa Ko’one’ex kanik maaya, implementado para enseñar lengua maya en escuelas hispanoparlantes, nos indicaban que el principal problema por el que pasaban era que los padres de familia no querían que sus hijos estudiaran ni aprendieran esta lengua. Así, los prejuicios en torno a la utilidad, y sobre todo las valoraciones negativas que la maya tiene, se expresa en arenas escolares, donde muchas veces tienen perdida la batalla. Aunado a esto, la imposibilidad de observar la lengua maya escrita por las calles de la ciudad, tampoco abona al ánimo de mantenerla. En las últimas décadas, Mérida no sólo se ha caracterizado por ser eminentemente castellanoparlante, sino por buscar insistentemente en serlo, cortando con ello las expresiones culturales diversas.
CUANDO HABLAR MAYA PIERDE SENTIDO
En algunos estudios se ha observado que el desplazamiento generacional de la lengua es muy dinámico entre la población que accede a la vida escolar y luego a mercados de trabajo en los segmentos secundarios y terciarios de la economía. Tal pérdida es una condición derivada de la necesaria castellanización de los menores que, a la vez, es una condición para lograr el ascenso en la escala de escolaridad y empleo. En ese derrotero social, la reproducción de la lengua maya pierde sentido y se transforma cuando menos en una característica innecesaria en el mercado laboral y en otros espacios de sociabilidad, debido a que del otro lado de la frontera étnica y lingüística se registra un fenómeno muy marcado de exclusión para quienes mantienen el uso de la lengua.
CELEBRAR LA LENGUA MATERNA TODOS LOS DÍAS
Celebrar la lengua en estos días no solo es necesario sino imprescindible. No obstante, a lo que queremos llegar en un futuro es que ya no exista un día especial en el que las lenguas maternas se recuerden, sino que esto se realice de manera cotidiana. Es una meta difícil, pero habrá que trabajar en ella y para lograrla todos deberemos de poner nuestro esfuerzo, desde el espacio en el que nos desenvolvamos. La lengua no sólo es expresión de la riqueza cultural de un lugar; la lengua es una forma de ver el mundo y relacionarse con él, y si ésta se pierde, muchas cosas pierden su sentido. Luchemos para que esto no suceda.– Mérida, 20 de febrero de 2019.