El diagnóstico de las hormigas: terror a la diabetes

Por elChilamBalam

Fotografía de Fátima Tec Pool / Hormigas transportando hojas

Fotografía de Fátima Tec Pool / Hormigas transportando hojas

Todos se rieron hasta la locura de mi confesión espontánea; todos me amonestaron pasada la crisis generalizada de carcajadas, y la sentencia fue unánime: “Eres un cochino”. (Lo cual no obstante no me hizo mella pues en la Primaria mis enemigos me apodaban el “Cochinito”, y no porque estuviese lleno de moneditas).

Sin que nadie lo hubiera propuesto, la conversación de aquella noche derivó en una zona oscura a la que nadie le hubiera gustado pisar por puro gusto, salvo si no había escapatoria.

“¿Qué no lo sabías? Hace varios años que descubrió que es diabético y no hubo que ir a un examen de sangre: se lo dijeron las hormigas”, contó Justino, casi muerto de la risa.

Y contó: “Tomábamos las cervezas ese día y nos turnábamos de vez en vez a orinar en el patio, allá junto a la albarrada. Todos volvíamos con los bajos de los pantalones pringados de puntitos de tierra roja, efecto del chorro líquido sobre la tierra polvosa”.

“Más pudoroso e higiénico, Carlos prefería hacer lo suyo junto a una mata de naranja. En la segunda vuelta notó la gran asamblea de hormigas en el sitio donde desahogó la vejiga. Se quedó con un signo de interrogación en la cabeza, que se esfumó sin embargo en la tercera vuelta, al confirmar que, sí, en efecto, su orina era un manjar para las hormigas”.

Los misiles de las señoras se dirigieron enseguida hacia mí después del descubrimiento fortuito de la dulzura emática de Carlos.
“Se lo he dicho”, exclamó mi cónyuge mirándome. “Está perdiendo peso y debe preocuparle porque no está haciendo ninguna dieta”…

“Eso noto. En realidad se ve bien. Y si no siente malestar creo que no hay de qué preocuparse”, suavizó su amiga, condescendiente conmigo, también mirándome (Yo, enojado, pensaba: par de cerditas…)

“Al contrario: debe preocuparle porque”…, reviró mi mujer, dispuesta a seguir hincando la estaca de la duda, lográndolo finalmente, porque si no ¿cómo explicar luego lo que hice y que tanto escandalizó a todos?

Enseguida salieron las historias de los parientes, de los amigos que en un caso similar casi mueren, porque perder peso aparentemente sin razón es signo de diabetes, y muy avanzada, y muy mala… A terapia intensiva varias semanas….

Con toda esta charla de miedo ¿cómo no hacer lo que entonces hice al llegar a la casa de la suegra?

Tengo una antigua relación con la diabetes (ch’ujuc uix, orina endulzada) y casi estoy convencido de que tarde o temprano me fundiré con ella en un dulce abrazo. La abuela Masita, mamá de mamá, murió de ello; mamá Donata murió de ello, empeorada por otros males; el abuelo paterno de mi mujer lo padeció y no pocas veces se le iba “el pajarito”, es decir, la lucidez, aclara la suegra.

Un poco impelido por el miedo y un poco más por el alcohol, entré al baño de lozas verdes y relucientes. Vi fluir el líquido transparente y caliente que recogí con la palma de la mano derecha. No lo pensé. Sólo lo hice: llevé el cuenco de la mano a la boca y sorbí cautelosamente. El sabor amargo en la lengua casi me iluminó. La tibieza a su vez se disolvió para engrosarse en amargor que abrazó mi paladar…¡Oh dulce amargura!

Un esperanza para mí señor. Sentí una brutal alegría. El resultado del examen era claro en mi opinión. Diabetes: negativo.

Salí nuevo del baño y me aseé. Y más adelante, cuando corríamos por la avenida casi desierta les conté mi brillante experimento.

“¡Estás borracho!”, me dijo ella. “¡Ni te me acerques!”. Y los niños se reían sonoramente, mientras yo casi lagrimaba por mi ocurrencia, por mi audacia extraordinaria.

Una vez papá volvió a la casa sin su diente de oro, amarillo puro de oro antiguo. ¿Qué hizo con ello? La indignación y el enojo de mamá fueron superados por la risa al oír la explicación llana: papá había pagado una tanda de cervezas con el valioso incisivo. Ahí mismo se lo quitó y se lo entregó al dependiente de la cantina.

Involuntariamente, uno realiza a veces actos estrafalarios que la filosofía popular justifica de esta manera: “utia’al u k’ajsa’a” (es para que lo recuerden).
……

Hoy una pregunta me carcome ¿Tiene el paladar del hombre mejor sensibilidad que el de una hormiga?

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